domingo, 13 de abril de 2014

Diario ruta 2003


                        PRIMER DIA


Son las diez y cuarto de la noche cuando escribo estas lineas y se va acercando la cuenta atrás de la ansiada aventura que me propuse hacer ya bastante tiempo atrás.Me llevò precisamente dos dias a preparar el equipaje y todo lo que lleva consigo: me refiero a provisiones, utensilios, botiquín, un mapa de la ruta a seguir y algunas cosas màs sin importancia, pero que tambièn hay que tener en cuenta.

Hoy llamè a mi amigo Jorge que iba a empezar la ruta conmigo mañana.Quedè en recogerlo a su casa sobre las ocho de la mañana. Las chicas, segùn ellas, se reunirìan conmigo el domingo de esta semana por donde yo me encontrase en ese momento.

Antes, mi amigo se vendrìa por razones de trabajo, el mismo viernes.

Con mi puesta a punto del coche, preparado para estos avatares, emprenderè mi primer destino direccion Mèrida, ciudad famosa como sabemos todos, por la gran influencia que tuvo en la època romana. Después tengo pensamiento el mismo dia, continuar hasta Trujillo, para visitarlo por la tarde, y asì tener el dìa bien aprovechado para descansar y continuar màs al norte con Plasencia y Càceres. Después, ya se sabe, Salamanca, Zamora, Leòn, para torcer después a la derecha geográficamente y desviarse a Burgos.

El resto del viaje ya irà surgiendo si el tiempo y las circunstancias acompañan.

El tema un poco chocante es el de buscarme alojamientos para dormir, pero me han dicho personas y amistades que han ido por estos lugares que no debo de tener problema, ya que algunas casas particulares tambièn alquilan habitaciones para una noche.

También tengo asumido que voy “por libre” y a la aventura, y ese es el precio de la incomodidad que debo de pagar.

                       SEGUNDO DIA


Son las siete de la mañana y ya ha sonado el despertador. Me levanto, y después de arreglarme, cojo las pocas cosas que dejé por llevar al coche ayer y me dirijo a casa de mi madre para recoger una neverita y meter en ella la ensalada de arroz que hice ayer y alguna fruta que otra, con el objeto de aislarla del posible calor de “justicia” de la parte extremeña. Con un poco de suerte, y si siguen estos días que estamos teniendo de poca calor,, nos encontraremos con una ruta un tanto mas agradable. Aún así, llevo mi chaleco porque dicen que a partir de Salamanca empieza a refrescar algo, sobre todo por la noche.


Llegamos a Mérida sobre las diez y media de la mañana después de un tramo de casi 200 kilómetros del tiròn. Nos paramos un rato al lado del río donde había un bonito paseo en el que se divisaba el emblemático puente romano y a la derecha un puente parecido al de la Barqueta de Sevilla, por el que entramos a la ciudad. Aprovechamos e hicimos unas fotos.

Un poco más adelante paramos y visitamos el museo romano: gran edificio con 3 plantas, donde se encontraban la cripta, estatuas y demás hallazgos de la época romana. Aparte, tuvimos que pagar otra entrada que nos dio derecho a visitar el anfiteatro romano, las termas y restos funerarios. A continuación caminamos a la casa de Mitreo. Curiosamente, en el camino nos indicó un hombre mayor sin necesidad de preguntar. Nos indicó que eso lo hacía todos los días y le encantaba.

El resto de la mañana lo dedicamos a pasear por la ciudad viendo en el camino algunos trozos de solar con yacimientos y restos de antiguos templos romanos. Nos acompañó, afortunadamente el tiempo: algo nublado y con aire fresco.

A continuación, sobre las dos de la tarde, cogimos el coche y nos pusimos en marcha rumbo a Trujillo. En el camino paramos debajo de una arboleda y nos pusimos a comer la ensalada de arroz que preparé el día anterior acompañado con un par de plátanos para reponer energías.

Después de este improvisado almuerzo, sobre las 3 dirección a la citada población, nos paramos en el pueblo tranquilo de Santa Cruz de la Sierra. Dejamos el coche en una sombra en la plaza y nos pusimos a pasear para explorar el terreno.

A dos minutos de camino,, en una pequeña cuesta pudimos observar el castillo de origen árabe, o lo que quedaba del citado monumento. Era un pueblo muy tranquilo: solo nos topamos con una niña asomada a la ventana.

Sobre las cuatro menos diez aterrizamos sobre Trujillo, nos tomamos un café para entrar en cuerpo y de camino le preguntamos a una simpática muchacha del sitio cómo se accedía a la zona monumental.

Al final dejamos el coche en una zona residencial cerca del casco histórico, ya que en la Plaza Mayor no se podía aparcar.

Nos dirigimos a dicha plaza para hacernos unas fotos en el caballo de Francisco Pizarro y delante de la fachada de la Iglesia de Santa Marta.

Senos acercó un hombre mayor de pelo canoso que nos preguntó si queríamos habitación. Le preguntamos el precio y nos pareció razonable: 30 euros la habitación doble. La nota curiosa es que era el marido de la mujer de la tienda de cerámica donde nos recomendó nuestra amiga Carmen que preguntásemos. En la cafetería donde nos tomamos a primera hora el café nos dijo la camarera que preguntásemos en dicha tienda.

Una vez visitada la iglesia de Santa Marta, nos dirigimos a la Colegiata de Santa María, subiendo después a su campanario, desde donde se divisaba una hermosa vista de la villa, con su conjunto arquitectónico, de donde se veía también el castillo, al que accedimos después.

A la noche nos arreglamos y cenamos un bocadillo y una lata de albóndigas que tenía de las provisiones para el viaje. (Justamente, en estos momentos cuando relleno estas líneas, me estoy tomando una coca-cola sentado en un bar de la Plaza Mayor, desde donde diviso cuatro nidos de cigüeñas encima de la torre y el reloj de la Iglesia de Santa Marta). Ahora mismo suenan sus campanadas cuando son las ocho y media de la tarde, cuando sopla un leve aire fresco.

Como nota curiosa, nosotros dejamos el aire acondicionado de la habitación puesto.

                            TERCER DIA

 Nos hemos levantado a las nueve de la mañana; yo con algo de cansancio porque a las tres de la mañana me espabiló el camión de la basura que circulaba por la plaza.


Hoy hemos decidido emprender ruta directamente hacia Guadalupe, desviándonos un poco a la derecha según indica el mapa, para visitar su Monasterio y su virgen de color.

Ahora estoy un poco menos fastidiado que ayer de la rodilla izquierda, ya que me di un golpe con un risco en Santa Cruz de la Sierra subiendo para el castillo.

(Una anécdota que se me escapó ayer: en el castillo tuve necesidad de obrar y en los servicios no había luz ni papel higiènico. Preguntè a la de la taquilla y me dijo que tampoco había agua. Tuve que aguantarme hasta que llegué al hostal. Segùn me dijeron, fue una avería del motor del agua del pueblo.)

Llegamos a Guadalupe sobre las once y nos paramos en un principio en un mirador que hay a la entrada del pueblo para divisar la arquitectura del monasterio en lo alto con la villa debajo.

En el camino nos paró la Guardia Civil para un control, me hizo abrir el maletero, y me comentó que si no había visto las señales de reducción de velocidad. Yo le dije que no todas. Me pidió el carné y después me dijo que continuara el camino.En un momento respiré tranquilo porque me creí que me iba a multar.

En el interior del monasterio tuvimos en la entrada que esperar un turno de personas que entraba a las 12 menos cuarto.Nos acompañó un guía durante el recorrido. Pasamos al patio interior donde admiramos las diversas pinturas de los monjes.Pasamos a distintas salas: una de ellas de sotanas decoradas, otra de estatuas, reliquias y una serie de seis u ocho cuadros chicos de Zumbarán, la sala de tesoros con una lámpara en el techo de cristales de murano y una imagen de la virgen con una corona decorada con diamantes, completando la visita de la mano de un franciscano para presenciar la capilla y la imagen de la Virgen de Guadalupe.

Ahora cuando escribo estas líneas estoy en el interior de un restaurante llamado “el cerezo” con una ventana con magnífica vista de la sierra. Aquí degustaremos platos típicos extremeños como la sopa castellana y la caldereta extremeña.

Sobre las cuatro aproximadamente nos dirigimos a Plasencia. Visitamos la Catedral y los tesoros que hay dentro. No nos quisimos entretener más y como teníamos ganas de ver naturaleza, fuimos dirección al Valle de Jerte. Desviándonos un poco de nuestra ruta, pero merecía la pena estando a pocos kilómetros de Plasencia.

Tuvimos que preguntar por dónde se iba y nos dijeron unos abuelos que cogièramos la carretera dirección Ávila.

En el camino llamé a mi amiga Carmen y nos indicó tres sitios que merecían la pena, entre ellos, los pilones. Entramos primero en un pueblecito llamado Navaconcejo, donde la gente se estaba bañando en el río Jerte. A nosotros nos entró ganas de bañarnos, pero teníamos ruta todavía por recorrer. Nos contentamos con meter los pies en el agua, que agradecimos después de la caminata de todo el día.

A continuación, buscamos una oficina de turismo, pero estaba cerrada. El próximo pueblo fue Puerto de Tornavaca, donde contemplamos un puente romano, cuya circunstancia nos obligó a pararnos un rato y echarnos unas fotos.

Andando un poco más adelante con el coche, divisamos otro puente y se nos apeteció hacer otra paradita.Nos quedamos maravillados de las formaciones rocosas del río Jerte en su curso, con pequeñas cascadas y saltos de agua. A la vera del puente, había un pequeño sendero bien señalizado. Aprovechamos y caminamos un poco a la derecha del citado río.

Eran las 7 y media de la tarde y pensamos que ya era hora de buscar alojamiento en el pueblo de Jerte antes de que cayera la noche.Dirigièndonos al pueblo hicimos otra parada, ya que vimos un indicativo de la oficina de Turismo, pero con nuestra consiguiente sorpresa de que estaba cerrada `por la tarde. Su horario, era de 9 a 3 de la tarde. Allí mismo vimos otro tramo del río con una pequeña presa donde la gente se estaba bañando y aprovechamos y nos dimos otro bañito de pies.

Después, sobre las ocho nos encajamos en Jerte pueblo, y preguntamos a dos abuelos por el tema de alojamiento. Nos aconsejó que había una mujer en esa misma calle que alquilaba habitaciones. Fuimos y vimos que era una casa muy grande con dos pisos. Nos pidió 35 euros por la habitación doble. A nosotros nos
pareció un poco caro, pero aceptamos porque viendo ya la hora no nos íbamos a parar a buscar más. Como era una casa, el cuarto de baño estaba fuera de la habitación, pero la mujer fue muy amable con nosotros y se veía que era una buena familia.

Por la noche nos dimos un paseo por el pueblo para que a la mujer le diera tiempo de hacer las camas.Habìa allí una pequeña verbena con cacharritos pero poquita cosa.

Antes nos comimos nuestra cena de rancho en la habitación: nuestro bocadillo, que mi amigo se lo hizo de caña de lomo y yo me lo puse de sardinas, con la consiguiente sorpresa de que estaban muy picantes las tuve que echar al gatito que estaba en la ventana junto a un corral. Al final le eché lomo. Abrimos también una lata de albóndigas y en el pueblo a la noche nos comimos un helado de postre.

(Nota curiosa: al salir a Plasencia viniendo de Guadalupe, tuvimos que aguantar muchas curvas, dirección Navalmoral de la Mata. Nos paramos para contemplar un pantano y nos dimos cuenta que el coche había perdido un tapacubos de la rueda del volante.Menos mal que llevaba uno de repuesto. Supongo que de tanta curva se le caería.

                        CUARTO DIA


Nos levantamos a las nueve y desayunamos en un bar del pueblo entablando conversación con un abuelote de casi 70 años, muy animado con nosotros. Se estaba tomando un poco de whisky dick con refresco de limón.


Sobre las diez y media nos adentramos en la garganta de los infiernos. Conducimos por un sendero a pie con el río cerca. Bajamos por deducción para acercarnos al rió, ya que había otro camino que se dirigía mas arriba. Una vez que estábamos en las márgenes del río, hicimos algunas fotos de los pequeños saltos de agua. Aprovechamos y nos dimos ya un baño integral que nos dejo como nuevos después del camino .hicimos tiempo en el lugar y me senté en una roca desde donde estoy escribiendo estas líneas. Estoy contemplando un pequeño pez que surca las inmediaciones y las dos latas de coca cola que metí en el agua para que estuvieran

frescas.

Esto me recuerda los viejos tiempos de pesquería, en el pueblo, donde nos llevábamos el picadillo y el gazpacho y con las redes pescábamos algunos pececillos.

Este lugar emana una gran tranquilidad, y el sonido del agua cayendo te hace relajarte. El citado sitio invita a quedarte por lo menos, nos vamos a quedar hasta mediodía.

Sobre la una y cuarto salimos de allí y retornamos el sendero arriba que dejamos a un lado cuando nos dirigimos al río.

Estuvimos prácticamente casi todo el sendero cuesta arriba en una hora y media. Era algo agobiante: eran las dos de la tarde y hacia mucho calor y encima cuesta arriba. A la mitad del camino estuvimos a punto de abandonar, pero nos encontramos a dos muchachos que nos orientaron y nos animamos otra vez. Resulta que el principio del sendero estaba muy mal indicado.: se bifurcaba algunas veces en otro camino y no sabía uno por donde tirar. 

Nuestro instinto nos dio por no abandonar aquel sendero de tierra y ya cuando íbamos llegando había algún que otro indicativo de los pilones, si no en una piedra, en un cartel.cuando llegamos había unas formaciones rocosas muy bellas y cuando nos acercamos más, se podía divisar aquella agua verde cristalina con torrentes pequeños de agua. Había un puente que subí, y pude observar al otro lado lo que parecía un paisaje lunar: contraste de rocas grisáceas y blancas con fondos verdes y amarillos de agua totalmente limpia.

Estuvimos allí por un periodo de tres cuartos de hora y regresamos a la entrada, donde se encontraba un camping y unos merenderos, donde nos hicimos un bocadillo de caballa cada uno, ya que la nota curiosa del DIA fue que nos lo olvidamos y tuvimos en el río que comerlas latas, sin el pan porque se quedo en el coche.

La nota negra del día fue que perdí las gafas de sol: ME LAS DEJE OLVIDADAS EN UNA HUERTA CERCANA A LOS PILONES, SOBRE EL PASTO, PARA PODER HACER UNAS TOMAS DEL PAISAJE CON LA VIDEOCAMARA.

Ahora son las cinco y media de la tarde cuando escribo estas lineas. Estamos en la sombra y deleintándonos con el paisaje y con la leve brisa fresca que corre. Emprenderemos marcha rumbo a Salamanca metiéndonos en la  nacional dirección Avila, según las indicaciones de la mujer que nos alquiló la habitación. 

Cogiendo el camino, nos paramos en Navatejares, que nos llamó la atención por su castillo que se divisaba desde la carretera. Al principio pasamos por un puente romano estrecho, por el que pasa el río Tormes.

Nos encajamos a las 7 y media en Alba de Tormes. Nos acercamos a dos hombres en bicicleta y nos informaron que no había gente que alquilaba habitaciones, queríamos un hostal, había uno por allí cerca de la Plaza Mayor llamado "El Trébol". Nos lo enseño y eran camas de mejor calidad que las del día anterior en Jerte. Nos cobró solo 30 euros la habitación doble.

El resto de la tarde lo dedicamos a un ligero paseo por la villa después del cansancio de la marcha. Estuvimos tomando un par de cocacolas sentados en un velador de la Plaza Mayor. Le preguntamos alli a la gente un sitio para comer cochinillo, que era un plato típico de la tierra. Por lo visto había que coger el coche y salir del pueblo, pero estábamos tan cansados que no alcanzaban nuestras fuerzas: el coche estaba bien aparcado cerca de la Basílica y no queríamos moverlo.

Por la noche comimos unas tapas en mismo bar del hostal

                        QUINTO DIA

Por la mañana nos levantamos temprano y fuimos a tomar unos cafés y nos dirigimos a la estatua de Santa Teresa para hacernos unas fotos. A la Basílica no pudimos entrar, ya que había que esperar hasta las 11.

Nos atendió antes una mujer con muy “malas pulgas” diciéndonos que cuándo habíamos visto abrir un monumento a las 8 de la mañana! Esta es la que tenía que abrirnos el edificio. Según tenia información, en la guía Cepsa ponía de hora de apertura, a las 8, y según el hombre del bar, también.

Así que solo se podía ver el sepulcro. Accedimos a la capilla donde estaba y solo se exponían el corazón y el brazo metidos en una urna.

Sobre las 9 y media nos dirigimos a Salamanca capital. Nos metimos en el centro y como todos los centros de todas las capitales, el aparcamiento es casi nulo. Lo tuvimos que dejar antes del puente que está a la entrada de la capital.

Nuestro primer punto de visita fue la Catedral, que ya se divisaba a kilómetros por carretera. Entramos en la parte de la Catedral vieja que nos costó 3 euros, con capillas de santos y un patio interior, todo barroco. Para subir a la parte de arriba y campanario también había que pagar (unos 2 euros) pero decidimos que era ya mucho pagar.

De allí accedimos a la Universidad (4 euros la entrada, lo que se pasaron un poco viendo después el contenido de la visita).

Allí pudimos observar diversas aulas, una de ellas de Fray Luis de León, otras muy lujosas donde estaban dando clase. Allí también se encontraba una biblioteca antigua muy interesante por cierto.

Una vez saliendo de la Universidad propuse visitar la Plaza Mayor, que según recuerdo hace ya bastantes años, era un lugar muy bonito y apetecido por todos los turistas y lugareños.

Se me ocurrió preguntarle a un abuelo por el lugar. El me contestó que se dirigía para allá, y que si no le importaba que lo acompañara. Llamé a mi amigo Jorge y emprendimos la “marcha”. El empezó de camino a contarnos algunas historias de la villa. Primero fuimos a una entrada de calle desde donde se divisaba en conjunto la casa de las Conchas, el palacio episcopal, y al fondo, una fachada del Palacio de los duques de Alba.

A continuación nos siguió explicándonos muy animado y desinteresadamente (la verdad es que hay personas que se sienten orgullosas de su cultura) los diferentes rincones y pasajes que rodeaban la Plaza Mayor. Incluso había una cafetería donde sentado en una silla había una estatua de un letrado, de cuya nombre no me acuerdo, que era famoso y solía parar mucho por ahí y que tenía su rincón preferido para tomarse su "cafelito".

Después siguió enseñàndonos màs cosas: la iglesia de Santa Marìa, en cuyo altillo de la puerta figuraba Jesús con su borriquita. En el interior, como nota curiosa, habìa columnas torcidas, que segùn èl, habìan sido hechas “a posta” por el arquitecto. Sin embargo, habìa otras que estaban bien derechas. Otra nota eran algunas grietas que sufrió la iglesia durante el ùltimo terremoto de Lisboa de 1.755

Segùn este hombre, de 73 años de edad, a Salamanca se le comparó con Roma y se le dijo que tenìa 7 colinas: la verdad es que se observaban continuos desniveles en el terreno, hasta en algunos balcones de la Plaza Mayor (si se divisa, hay algunos que estàn màs salientes que otros).

Durante todo el recorrido tuve la preocupación de que tenìamos que ir a la estación de trenes para que mi amigo sacase el billete para estar al dia siguiente en Sevilla. Allì nos pareciò muy caro el importe y al final decidimos irnos a la estación de autobuses al otro lado de la capital.

En el trayecto del ùltimo lugar visitable a la estación pasamos por un parque en el que segùn este hombre (se llama Serafín) se encontraba uno de los àrboles màs milenarios que se conocìan por la zona, con un gran tronco.

Ahora estoy escribiendo estas lìneas en la cafeterìa de la estación de autobuses de aquí. Sale el coche a las 6 de la tarde y me quedarè solo mañana, cuya circunstancia aprovecharè y verè mejor la capital. Serafín me recomendò una pensión que se encontraba enfrente de la estación de ferrocarriles. Allì iré cuando deje a mi amigo en el autobús. A ver cómo está de precio el alojamiento y si tiene cama. Hay que tener en cuenta que es fin de semana.

Cuando llegué, me enseñó la mujer la habitación, con su cuarto de baño. Todo muy bien. Cuando ya rellené todos los datos, la mujer no me dijo precio ninguno, pero se lo volví a preguntar y me dijo que 45 euros. Para mi eso era una barbaridad, solo por dormir.Yo se lo dije y volví otra vez a Alba de Tormes para hospedarme. Ahora empezaré a planear la ruta de mañana, de tal manera que el domingo me coja en Zamora para ir a esperar a estas dos amigas que quieren incorporarse a la ruta conmigo.

Esta noche tapeamos en el bar del hostal.

                               SEXTO DIA

Son las diez menos cuarto de la mañana y estoy en Peñaranda de Bracamonte. Iba a visitar el Convento de las Carmelitas y no abre hasta las diez. Aproveché y daré una vuelta por los alrededores.

Me encontré con una tienda de comestibles y compré alguna que otra lata de conserva y refresco y unas guindas para el postre, que por lo visto tenían buen aspecto.

Esperando en el Convento vino una mujer y me preguntó qué es lo que quería ver: yo le dije la iglesia y el convento. Ella me dijo que el museo, hasta después de las 11 no se abría porque habìa misa antes. Entonces le dije que me conformaba con ver la iglesia por dentro.

Tenìa que esperar a que la mujer fuera a la panadería a comprar pan para las monjas. Entonces, accedí y le acompañé, y así aproveché para comprarme un par de bienas, para el bocadillo de a mediodía. (Allì y en todos estos pueblos, a la biena se le atribuye el aspecto de barra y a la biena le dicen bollo).

Accedí a la iglesia solo y aproveché y me colé en la sacristía e hice una grabación de tres cuadros que habìa allí preciosos de colorido. Después cogì el coche y me dirigí al centro y estuve presenciando otra fachada de iglesia.

Sobre las 11 emprendí ya camino de Salamanca, y en el camino me detuve en Calvarrasa de Abajo, que desde la carretera me llamó la atención su iglesia románica, momento que dediqué para hacer alguna foto.

Sobre las 11 y cuarto llegué a la capital, dejé el coche en el mismo sitio que ayer y fui andando a la zona céntrica. Terminé grabando los detalles que el buen hombre nos describió el dia anterior. Aproveché e hice unas compras: dos camisas para los niños, algún plato decorado para recuerdos y otras dos camisas para mis padres.

Después, sobre la una de la tarde decidí, una vez contemplando todo, dirigirme al puente y bajé a la zona de merendero que hay al lado del río. Allì saqué mi bocadillo, y tendido sobre el césped me lo comí mientras contemplaba con asombro el pasar de las aguas tranquilas del río Tormes, y a la catedral, esa joya arquitectónica que también se reflejaba como un espejo.Mientras reflejo estas lìneas, me pongo a pensar tranquilamente en este hermoso lugar, que tengo la tarde para encauzar la ruta rumbo a Zamora, pero sin antes pasarme por un sitio que dice mi libro-guía: el castillo del Buen Amor. A ver si soy capaz de localizarlo. Antes, estaré unos diez minutos aquí, junto al río porque corre un suave aire fresco que invita. Son ahora las 1445 horas.

Llegué segùn lo previsto, y era un señor castillo, con sus cuatro torreones bien conservados. El camino que conducía desde la carretera al citado monumento era de tierra en muy malas condiciones, pero mereció la pena. Después de hacer una toma con la videocámara y la de fotos, se me acercaron dos inoportunas muchachas y me preguntaron qué deseaba. Yo les dije que estaba tomando unas fotos. Ellas me dijeron que aquello era privado y que si no habìa visto la placa. Yo les negué haberlo visto y que me guiaba por la guía que tenìa. Me dijeron que no era visitable por dentro.

Era aquello un fastidio: primero porque era privado y debería de ser patrimonio cultural visitable, y lo segundo, que estaba anunciado en el libro como lugar visitable. Mi libro estaba actualizado pues.

Después me llegué a Zamora sobre las cinco de la tarde. Estuve en el parque de la entrada recreándome en el puente a su paso por el río Duero. Después habìa otro màs delante de estilo romano.

Siguiendo las direcciones del casco antiguo y monumental, dejé el coche donde creí que podía y me fui a dar un paseo callejón arriba (Cuesta Pizarro) hasta pasear por aquellas grandes calles asfaltadas de piedra contrastadas por callejones que me recordaban al barrio de Santa Cruz.

Con mi preocupación lógica de buscar sitio de alojamiento, me encajé en la Plaza Mayor con su ayuntamiento. Allì estaban enfrente de una iglesia dos estatuas de dos nazarenos. Cerca vi un letrero de pensión, con la ligera sospecha de que al ser céntrico me costaría caro. Pregunté el precio y el de la cama era de 17 euros, al ser individual. De camino reservé la habitación doble para mis dos amigas que vendrían mañana domingo a las dos y media de la tarde, y que tendría que ir a recogerlas a la estación de autobuses de aquí. Por un ciudadano al que pregunté, estaba casi en la otra punta de la ciudad desde donde me encontraba.

Tragué saliva y que mañana Dios diga: si me tengo que llevar dos horas dando vueltas por una ciudad que no sé.

Esta tarde concretamente les envié un mensaje diciéndoles que ya tenían la habitación reservada.

Hoy me han llamado tres personas del grupo para saber si salía esta noche, pero cuando les dije dónde estaba se echaron a reír.

Después de dejar las maletas en la habitación, aproveché la tarde y di una vuelta por la villa para ver la catedral, de la cual me sorprendió el gran grabado de mármol que destacaba detrás del altar, con su cúpula y sus estatuas de mármol también bien decoradas. A continuación visité el castillo de doña Urraca, que estaba justo al lado de la catedral, pero se encontraba en estado ruinoso. Al final de este recorrido, y al caer la tarde, desde lo màs alto pude filmar una gran panorámica de la ciudad con su río Duero navegando.

Después de comer en la habitación, quise poner la televisión para entretenerme y no funcionaba. Me arreglé y me fui a darle una vuelta al coche y de camino cogì la libreta que la tenìa dentro, y a la bajada de la cuesta de Pizarro, me senté en un banco, y viendo el reflejo del puente de piedra en el agua del Duero, me puse a escribir estas líneas, ya que ante tal obra arquitectónica invitaba a la inspiración.

(Nota curiosa: fue que dentro de la catedral le hice una foto a un cristo tendido en agonía precioso por cierto, y cuando ya se la eché, viene un hombre con pantalón corto y con una placa en su nicki que ponìa:seguridad. Me dijo que para echar una foto habìa que pedir permiso al arzobispado. ¡Qué te parece! Ya se la habìa hecho.)

En aquella tarde vi dentro de la catedral una boda con gente vestida muy elegante, y yo pasaba delante de ellos portando mi videocámara vestido con zapatillas azules y pantalón corto deslucido para desentonar. Pero me da igual: seguro que la semana que viene no me van a ver màs.

Para mañana, que tenìa proyectado en un principio irme a los lagos de Sanabria, me quedarè también en la capital por la tarde para que mis amigas vean algo de ella. Despuès, si nos sobra tarde iríamos a Toro y al castillo de Villalonso, pero todavía no se sabe cómo vamos a estar de tiempo.

Una de ellas me comentó que le habìa dicho que cerca de la capital se encontraba un lugar llamado “El Perdigón” donde solía haber una especie de cuevas. Sería cuestión de explorar.

 Todo en este viaje se fundamenta en explorar los sitios recónditos de esta España desconocida todavía por muchos: es la única manera de averiguar de que existen.

                         SEPTIMO DIA


Me he levantado sobre las 10 menos cuarto, sin antes escuchar las campanas de la Iglesia de la Plaza Mayor. El cuerpo me pedía màs descanso.


Nota curiosa es que a la hora de afeitarme, cojo la máquina y no vi enchufe al lado del espejo en el aseo, que sería lo màs normal. Lo encontré justo pegado al suelo: menos mal que el cable de la máquina es largo.

Anoche que no funcionaba el televisor, vino el de recepción y me trajo otro nuevo.

Ahora que son las diez y media, voy a ver si desayuno algo y entretendré la mañana hasta que vaya a recoger las amigas a la estación.

Sobre las diez y media, después de hacer unas tomas de la otra parte del río, donde el agua hace escalones, desayuno en un bar cerca del convento de San Francisco, pasando el puente de piedra. Este no es visitable: se reformó y ahora es un organismo público.

El hombre del bar me indicó que habìa un pueblo a 80 kilómetros dirigiéndote a Puebla de Sanabria que destacaba por sus construcciones: casas hechas de piedra y con formas curiosas.

Nos recomendò, ya que tenìa pensamiento de ir a Toro, que nos pasásemos a visitar el mencionado Perdigón, que estaba a solo 8 kilómetros de Zamora. Curiosamente, y al margen, paró un hombre de negocios en el bar que me indicó un camino menos complicado para ir a la estación de autobuses: dirigiéndome al puente de hierro, lo pasas y a la tercera rotonda de semáforos a la derecha. Está al lado de la estación de ferrocarril curiosamente.

El autobús vino a las dos y veinte, llegando con adelanto.  De allí paramos en el bar de antes y almorzamos unas tapas de papas bravas y bacalao con tomate.

A continuación vimos las escalonadas aguas del río y fuimos a visitar después la Catedral y castillo. Pasamos por la pensión y sobre las siete nos dirigimos al Perdigón. Nos dijo una mujer a la que preguntamos en la plaza que no abrían hasta y media, así que aprovechamos y nos dimos un refrigerio en un bar de aquel sitio.

Nos visitamos por lo menos dos o tres bodegas de productos típicos ambientadas de la época a las que accedimos debajo de tierra, como si de una cueva se tratase. En una de ellas nos tomamos un vino de Toro acompañado de un plato de queso zamorano. Aproveché y filmé con mi videocámara la ocasión del brindis y los cacharros que se encontraban: cazuelas, calabazas, peroles, botelleros y una chimenea con leña para asar la carne.

Después de las bodegas, terminamos la tarde recorriendo Zamora por su gran paseo lleno de edificios como el palacio de justicia, con una estatua delante de una madre sujetando un niño. Otro fue el edificio de Hacienda y el del Museo Naval. Al fondo presenciamos un gran parque y estábamos buscando un bar de tapas: la verdad es que por allí no habìa ninguno. Una mujer nos indicó un lugar donde estaba la “movida” del tapeo. Paramos en uno de ellos y nos pedimos una tapa de bacalao (por lo visto, me la sirvieron fría porque allí era costumbre) y un tronkito, que era como una especie de cocreta de huevo duro y de pescado, pero estaba muy sosa. Aparte, el camarero era más soso todavía.
Nos recogimos pronto después esa noche. Mis amigas estaban ya muy cansadas del viaje en autobús. 
                            OCTAVO DÍA


Nos levantamos sobre las nueve y desayunamos en un bar de la Plaza Mayor.


De allí, cogimos y de camino del coche nos paramos en una tienda souvenir y compramos algunas postales.

Nuestro primer punto de la ruta del dia era Toro, un pueblo a 30 kilómetros de la ciudad. Dejamos el coche al lado del mercado de abastos y nos pusimos rumbo a la Colegiata de Santa Marìa la Mayor, pero con tan mala suerte que estaba cerrado (cerraban los lunes).

Nos contentamos con hacerles algunas fotos y nos pusimos a observar desde el mirador que estaba justamente al lado de la iglesia el río Duero a su paso por el pueblo y demás conjunto natural.

Estando contemplando la panorámica se nos acerca un abuelo y nos pregunta si queríamos hacernos unas fotos, y nos indicó que habìa un sitio estratégico desde donde se encontraba bien la Colegiata entera. Así nos entablamos en conversación sobre la villa.

En el mismo mirador nos mostró a la izquierda la fábrica azucarera, que era una de las màs importantes de España. Al fondo se divisaban los viñedos desde donde se hacían el buen vino de Toro.

Segùn nos contó el hombre (Ángel se llamaba), la juventud en la mayoría no quería trabajar. Hay que tener en cuenta que el pueblo tenìa fuentes de ingresos: la azucarera, los vinos, los quesos, los dulces…

Aprovechando el rato de conversación, nos contó unos pocos chistes. Decía que tenìa preparado un repertorio para Antena 3, y los turistas que paraban por allí oían contar sus anécdotas graciosas. Una vez estuvo cerca de dos horas contándolas para un grupo grande.

Aparte, relató que el Cristo que habìa en el altar tenìa su historia: se lo llevaron hace poco para una exposición a Nueva York. Fue escoltado por la guardia civil hasta Madrid. Una vez llegaron a robarlo y se lo encontraron en Italia a los dos años.

Por otra parte, un lienzo que se encuentra dentro de la Iglesia tiene también otra historia curiosa: resulta que cuando el pintor terminó la obra (autor anónimo) dijo tajantemente que no se acercara nadie al cuadro: solo se acercó una mosca, que cuando la pintura estaba todavía fresca, se quedó pegada en el lienzo. De ahì se le llama “el cuadro de la mosca” y está presente en todas las postales.

De allí nos llevó a una tienda donde vendían el cuadro de la mosca y a comprar unos dulces, concretamente dos tortas de almendra que nos la comíamos después por la noche.

Como última parada, fuimos a una tasca y probamos un vino blanco de la tierra semidulce y encargamos una botella para llevárnosla. Acompañada la copa de vino pedimos un plato variado de chacinas con queso.

Allì el hombre se despidió de todos nosotros. Lo quisimos invitar pero no aceptó.

Como anécdota curiosa, ya que se me olvidaba, nos llegamos a hacer una foto con la Colegiata de fondo y habìa que subirse a un banco para hacérsela y uno de ellos no podía auparse “ni a tiros”.

De Toro nos dirigimos a Villalonso donde nos encontramos un castillo fuera del pueblo con cinco cubos muy bien conservados. Cogimos el coche y nos dirigimos a Puebla de Sanabria sobre las dos y media. Llegamos sobre las cuatro, nos pusimos cerca de la oficina de Información y Turismo hasta que abrieran a las cuatro y media, y aprovechamos para comer.

Nos explicaron alguna que otra ruta, y escogimos la màs corta, que duraba unas tres horas aproximadamente: la de la cascada de Sotillo. Al principio, cogimos por un sentido contrario y resulta que se iba por allí donde estuvimos al principio.

Empezamos la ruta de la cascada sobre las seis y veinte y llegamos a esta a las ocho casi con la noche encima.

Fue una marcha agotadora, pero nuestra máxima preocupación era que se nos iba a echar la noche encima. Al final no tuvimos problemas y nos vinimos con horas de dia. Incluso nos entretuvimos un rato en un merendero del principio de la ruta. Nos encontramos a dos campamentos de chavales que eran de Salamanca, que por cierto iban a dormir esa noche a la intemperie.

Por la noche, sobre las diez buscamos pensión y metiendo una cama màs en una habitación doble nos ahorramos un “dinerito”.

                         NOVENO DIA                                                                         

Nos levantamos a las ocho de la mañana y nos bajamos al bar del hostal a desayunar.

Emprendemos marcha hoy hacia Astorga o Ponferrada, dependiendo cómo nos coja mejor, ya que hay que volver casi a Zamora y desviarse un poco a la izquierda del mapa.

Pensamos mejor que nuestro primer itinerario fuese Astorga, ya que por la hora que era: sobre las once y media, no nos iba a dar tiempo en el dia visitar las dos villas.

Llegamos a Astorga y dejamos el coche cerca del centro. Visitamos la Catedral, con sus majestuosas torres y de estilo gótico, como la de Sevilla. Encima de una de ellas, en la cúspide, una estatua de un peregrino. Allì ya asomaban algunos, con sus conchas colgadas y su bastón con la calabaza típica.

De allí, después de visitar el museo catedralicio, estaba al lado el palacio de Gaudì, con sus techos y decorados típicos del arquitecto. Adentro habìa una exposición de cuadros de autores contemporáneos y también algunas capillas con sus cristaleras. Allì estaba prohibido grabar con videocámara, pero habìa una capilla que la filmé desde el piso de arriba a escondidas de la vigilante, que parecía que te clavaba los ojos y no se apartaba de ti.

En las afueras del palacio, unas tres estatuas de ángeles con un jardín de hermosas flores. Uno de nosotros vio un supermercado de estos que abren todo el dia y fuimos a comprar unos refrescos y algo de comida enlatada. Frente al supermercado, debajo de una muralla que rodeaba parte del conjunto histórico, en la sombra, nos preparamos los bocadillos tendidos en el césped.

De allí, rumbo a Ponferrada, sobre las tres y media. Antes, desde Zamora a Astorga nos perdimos algo e hicimos para acortar kilómetros, un recorrido de estos por los pueblecitos de la comarca, siempre mirando el plano de mi ayudante co-piloto, que me asesoraba de vez en cuando. Nuestra primera visita fue la Plaza del Ayuntamiento. Al principio de la ciudad se encontraba una estatua muy rara de hierro oxidado, o eso es lo que me parecía a mi.

Fuimos a la Iglesia de la Virgen de la Encina, donde se encontraba un cristo barroco, que simbolizaba al Cristo de las batallas.

Después visitamos el castillo templario, que estaba un poco oculto desde donde dejamos el coche. Todo estaba a mano. Este se visitaba por dentro, y al principio nos dio una chica que habìa en la puerta un plano para que se nos hiciera la visita màs provechosa. Este era inmenso, con dos partes diferenciadas: una que es el castillo antiguo y otra parte, que es màs extensa que la construyeron los templarios.
Salimos de Ponferrada a las siete de la tarde aproximadamente y tardamos hora y media en llegar a León.

En el camino recordamos que me habìa dejado el carné de identidad en el hotel Gela de Puebla de Sanabria. La mujer no me lo habìa devuelto.

Para màs mala suerte, cuando nos buscamos alojamiento en León en el hotel Reino de León, nos dirigimos a una cabina de teléfonos para llamar a la mujer del hotel de ayer y se nos tragó un euro. Fuimos a otra y se tragó 20 céntimos. Cogì un gran mosqueo y decidí entrar en un bar para llamar.

Segùn la mujer, me habìa dado ya el carné. Yo le dije que mirase, por si acaso. Miró y lo encontró. Le dije que me lo enviara por correo a Sevilla.(todavía lo estoy esperando).

Otra anécdota que pasó fue en Ponferrada: en el camino del castillo me dejé olvidadas las gafas que me compré hace poco. Me di cuenta a final del recorrido del castillo. Fui hacia el sitio donde creí dejármelas y no las vi. En el camino de vuelta, dándolas ya por perdidas, me las vi encima de la hierba. Respiré tranquilamente.

Por la mañana, otra anécdota que nos pasó al ir a abonarle a la mujer del hostal Gelia la habitación, nos habìa cobrado de màs. Después de hablarlo entre los tres, fuimos a hablar con ella y se habìa liado con las pesetas y los euros. Al final, aclaramos todo.

Como nota curiosa esta noche buscábamos un sitio para tapear. Los sitios de tapeo estaban muy lejos y nos comimos al final una hamburguesa en el MC Donald que habìa cerca de la pensión. Sobre las once y media que eran se levantó algo de frío y nos comimos el helado dentro.

Antes de subir a la habitación estuvimos comentando con el de la recepción los sitios que íbamos a visitar mañana: la Catedral y el Palacio de Botines. El recepcionista nos recomendò también la Iglesia de San Isidoro y el Barrio Húmedo.

                         DECIMO DIA


Nos levantamos a las ocho de la mañana, con los cuerpos un poco cansados de la ruta. Emprendimos el paseo, ya que nos dijeron que la catedral estaba a diez minutos de la fonda. En el camino nos encontramos con una plaza en la que se erguía la estatua de Guzmán el Bueno. A continuación nos detuvimos en una cafeterìa para desayunar, y en la misma acera habìa una tienda donde vendían caramelos típicos de León.


Camino de la Catedral nos topamos primero con la Casa de los Botines de Gaudì. Enfrente de esta, un banco con una estatua sentada del arquitecto, donde nos hicimos una foto. Pero antes de entrar fuimos a un estanco a comprar alguna postal para enviárselas a la familia.

Dentro del palacio se encontraban expuestas algunas obras del autor, aparte del mismo edificio en cuestión: planos de este, fotografías del siglo pasado donde aparece el palacio todavía en construcción, fotografía de Gaudì… En otra sala se exponían algunas maquetas de la Catedral y también los planos de restauración, con fotos de los obreros haciendo la construcción.

De allí, tomamos ruta hacia la Catedral. Nada menos entrar, nos quedamos todos con la boca abierta: una gran serie y colección de cristaleras llamaban la atención, bien porque entraba mucha luz.

Todo esto estaba ambientado con hilo musical de órgano y canto gregoriano. Llamaba también la atención el enrejado de algunas capillas.

Al principio, habìa una sala donde se exponían las distintas restauraciones para combatir el deterioro que sufría la Catedral con el paso del tiempo, provocado por el acùmulo de agua. Entre los demás trabajos estaba el de reponer las cristaleras que estaban rotas, limpiar las canalizaciones de agua que estaban casi obstruidas por los excrementos de los pájaros. ..

Destacar ante todo la gran tranquilidad e inspiración que emana estar dentro de este edificio. También visitamos el Museo, destacando la gran escalera que tenìa, la escultura de Santa Catalina representada con una rueda dentada, que era el método con el que sufrió la tortura.

Después estaba San Sebastián representado con flechas clavadas, y el arcángel San Gabriel que portaba un puñado de azucena, que simbolizaba la pureza de la Virgen.

Entre las pinturas, se encontraba la impresionante Tortura de San
Erasmo sacando un intestino. Otra estatua fue la de Santa Lucía con sus ojos en una bandeja. Y como es lógico, representación de Cristo del Barroco: un Cristo sin movimiento que no expresa ni sufrimiento.

Habìa otra sala con casullas, capas, cubre cáliz, estola y demás hábitos del clero.Afuera en la muralla destacaba el gran escudo de León.

Comimos después de la visita en un bar ambientado por dentro como si fuera un tren: con sus señales, asientos o compartimentos, etc… Estuvimos allí hasta las tres màs o menos y nos dirigimos a la Colegiata de San Isidro, donde estaba lo que se presuponía era el Santo Grial, el cáliz de doña Urraca, hija mayor de los primeros reyes de León (Fernando I y Sancha) que fue la primera vez que se unieron los reinos de Castilla y León. Decidieron después crear la capital del Reino de León.

Dentro de la Colegiata se encontraban el panteón de los reyes, el palacio real y otro sitio màs que ahora mismo no me acuerdo.

Primero fuimos a ver la zona de la capilla, y después entramos en el museo, cuya visita fue guiada por una chica que le notamos acento sudamericano, pero después nos enteramos que era de León y nunca habìa salido de allí (nota curiosa).

De allí descansamos al lado de una fuente que estaba en la misma plaza. Un hombre charló con nosotros y nos recomendò las cuevas de Valporquero. Lo habìa visitado y le encantó. Nuestro objetivo
era Burgos, pero como todavía era temprano, nos dirigimos a la fonda para recoger las maletas que nos la dejaron en consigna.

Nota aparte, en la Colegiata de San Isidoro observé expuesto en el claustro el gallo que estaba antes encima de la torre (este era el símbolo fe León) En èl, se observaban dos marcas bien tapadas que fueron ni màs ni menos que dos tiros que le dieron las tropas francesas durante la invasión de Napoleón.

Cuando quitaron el gallo de la torre, encontraron partículas de polen que procedían de Oriente, con lo cual, se le atribuyó al animal un origen musulmán.

Volviendo a nuestro próximo objetivo, después de haber hecho este paréntesis para hablar del gallo, nos enteramos que las cuevas cerraban a las siete y media. Faltaba una hora para llegar y solo eran 34 kilómetros. Tuvimos que preguntar varias veces para dar con las cuevas, ya que estaba todo muy mal indicado, y el cartel indicador aparecía de muy tarde en tarde. Llegamos a las 7, justamente cuando leíamos en el cartel de la taquilla que cerraban a las 7, no a las siete y media como nos habían dicho. 
                                              
Decidimos hacer noche allí concretamente en el hostal El Pescador, ya que el sitio invitaba a quedarse: presenciamos en el camino unos bellos paisajes rocosos y con el río con sus torrentes circulando. Cambiamos, y nos desviamos la ruta hacia otro sitio. Mañana por la mañana esperaremos a las diez a que abran las cuevas.

Una vez dejadas las maletas en el hostal, nos dimos una vuelta para inspeccionar el lugar. Comimos unos bocadillos en el hueco de una roca con una cueva.

De allí nos tomamos en el bar del hostal un licorcito y nos acostamos temprano. Así tendríamos el cuerpo màs descansado para mañana.

UNDECIMO DIA  24 DE JULIO


Nos levantamos sobre las ocho y cuarto de la mañana y desayunamos en el bar del hostal. La mujer ya nos habìa puesto un plato de pasteles, ya que tostadas no había. De allí recorrimos un poco a pie el sitio hasta que sobre las nueve y media nos dirigimos hacia las cuevas.

Sacamos la entrada a las diez, y sobre las diez y veinte entramos, ya que sobre esa hora empezaba la visita con guía.

Sobre la cueva hay que decir que no se sabe quién la descubrió, solo que el principio de ella servía de guarida de los pastores. A raíz de ahì se iría descubriendo por si sola. Habìa una temperatura en el interior de 7 grados y una humedad del 99%. Yo ya me habìa puesto el chaleco, ya que cuando nos levantamos por la mañana hacia fresco. Segùn nos contó el guía en la cueva, el pueblo de Valporquero no estaba habitado en invierno, ya que la nieve y las temperaturas extremas eran de hasta 15 grados bajo cero, y hacían imposible estar allí.

La cueva permanecía cerrada por lo menos medio mes de diciembre y en enero, debido a las crecidas de las corrientes y la nieve. En febrero abrían otra vez al público. En el interior, y nota curiosa, habìa formaciones que por su aspecto, le pusieron nombres: estaba la del fantasma y otra que parecía enteramente una virgen sentada con el niño. Ah! Y un centímetro de estalactita tarda en crecer de 70 a 100 años, o sea, la vida màs o menos de una persona.

Cuando salimos, cuyo recorrido duró casi una hora, nos dirigimos al bar y compré un libro muy bien detallado con ilustraciones de épocas donde se ven las crecidas de agua y torrentes dentro de la cueva.

De allí, nos dirigimos a la atalaya desde donde se divisaba el pueblo de Valporquero, los montes de León y un expléndido paisaje donde me llamó la atención una huerta con unos recipientes que parecían contenedores de basura pequeños.

 No eran sino colmenas de abejas, que las tuve que visualizar con prismáticos. Allì en el mismo bar vendían ya miel.

Continuamos camino hacia el hostal, recogimos las maletas y nos fuimos al mismo sitio que dejamos ayer por falta de luz para hacer unas fotos. Durante el paseo íbamos por la vera de la carretera, al lado del río, y mi amiga estaba comiendo un paquete de patatas y unos niños con su monitor de excursión, nos pidieron algunas. Les dimos media bolsa casi. Los pobrecitos estaban con mucha hambre debido a la marcha.

A las doce y media nos dirigimos rumbo a Silos, dirección Burgos. A la entrada de la autovìa cogiò mi amiga el volante para descansar yo un poco de coche y así poder reflejar estas lìneas. Se ha levantado un poco de calor, pero el clima se presenta dulce.

Entramos en Burgos y nos paramos en un parque de la entrada para comernos nuestro bocadillo de queso. De allí nos dirigimos a la Catedral, una bella joya de estilo gótico. A la entrada, y justamente arriba a la izquierda, está el Papamoscas, el típico muñeco que da las horas de la torre, pero ese día no funcionaba. Allí cerca se encontraba en el suelo la tumba del Cid Campeador.

Una de las capillas màs destacadas dentro del recinto catedralicio era la Capilla de los Condestables. Allì, habìa una pintura de una Virgen hecha por un discípulo de Miguel Ángel. Por cierto, era una verdadera obra de arte.

A la salida de la Catedral, preguntamos cómo se iba al castillo. Eran una serie continua de escaleras muy cuesta arriba. Como íbamos cansados, nos pareciò un mundo. Al llegar nos llevamos gran decepción: no era nada más que un trozo restaurado y cerrado ya.

Al lado se encontraba el mirador, desde donde podíamos presenciar una hermosa panorámica de la ciudad con su catedral erguida, como dirigiendo el complejo de la población.

En el mismo mirador se encontraba un poyete labrado en bronce con el nombre de los monumentos, ya sea catedral, monasterio o iglesias, que nos marcaba la dirección donde se encontraban.

Al bajar buscamos ya una fonda para poder dormir. En el paseo dimos con el puente sobre el río y la estatua del CID Campeador en su caballo. Allì preguntamos a dos mujeres por donde se iba al mercado norte, que es donde se encontraba el coche. La verdad es que nos desorientamos un poco. Habìa un parque un tanto curioso,, con unos setos que tenían un hueco dentro y después varias estatuas de evangelistas y santos, así como de reyes.

Retomamos el coche, para dejar algunas compras que habíamos hecho y les preguntamos a dos señoras que dónde habìa un sitio barato para dormir. Con gran asombro eran las anteriores a las que le preguntamos antes. Ellas nos asesoraron una por allí cerca bastante económica, con tal de dejar el coche aparcado en el mismo lugar.

Al llegar, habìa una puerta grande bastante antigua. Subimos a un segundo piso donde estaban las habitaciones haciendo así otro esfuerzo después del cansancio acumulado. Las habitaciones dobles tenían los dos cuartos de baño al exterior. Solo una tenìa lavabo.

Tomamos café en un bar que tenìa el plato y la taza de la cartuja de Sevilla. Nota curiosa.

Por la noche, como la calle donde estaba la pensión tenìa mucho ambiente, vimos un sitio para comer. Después de buscar cafés y cafés, dimos así con un lugar típico para ver si podíamos probar alguna
gastronomía del lugar. Era un sitio de ambiente estudiantil. Yo pedí unas morcillas de Burgos con huevos fritos (la verdad es que con el camino me habìa entrado mucha hambre). Era curioso el plato: dentro de la morcilla le metían arroz. Riquísima por cierto. Mis amigas pidieron plato de setas y una ensalada, algo de menos calorías. La verdad es que tardaron mucho en servirnos y pedimos otra bebida.

De allí dimos una vuelta para que se nos bajase la comida y en una plaza estaban dando un concierto de música Folk interpretado por un grupo canario, haciendo un sonido fino con sus guitarras. Aguantamos cuatro canciones, pero no porque fuese mala la música, sino porque el cuerpo pasaba factura.

Pasé en la pensión una noche regular: a las 3 de la mañana me espabilé con un cierre de puerta de la habitación de al lado y un continuo caminar por el pasillo. Para colmo, la parejita de turno empezó a hacer ruidos amorosos y esperé a que terminase la función para ver si podía conciliar el sueño. Me espabilé de nuevo a las 7 y esperé la hora para levantarme. Compramos pan camino del coche.

DECIMOSEGUNDO DIA 25 DE JULIO


Hoy es el dia del santo Santiago Apóstol. El primer punto de visita era la Cartuja de Miraflores. Cogimos el camino que nos habìan indicado las dos mujeres (pasando el hospital) y decidimos preguntar a otro hombre que estaba parado en el semáforo. Este nos indicó amablemente y nos pidió que le siguiéramos. Una vez parados nosotros, se bajó del coche y nos dijo que cogièramos debajo del puente dirección León. Asombraba uno por la gran amabilidad e interés la gente de aquel lugar: se bajó incluso del coche viéndonos que íbamos a tirar dirección equivocada.

Llegamos allí temprano, pues la hora de visita eran las 10 y cuarto.

En el camino nos detuvimos en un pueblo llamado San Pedro de Cardeña que tenìa un monasterio. Allì estuvimos poco tiempo: estaban dando misa y no queríamos molestar. En las afueras del monasterio habìa un jardín con una placa que nos indicaba que sin querer estábamos siguiendo la ruta del Cid, ya que Covarrubias era otro pueblo que se encontraba en el itinerario.

Llegamos a Covarrubias sobre las doce. Destacaba el pueblo por sus calles y plazas con casas hechas de madera y piedra, callejuelas estrechas... 
Incluso me llamó la atención las papeleras: eran de la forma de la casa típica del lugar, con el clásico agujero en el tejado para echar los papeles.
Pasando el arco que da acceso a la zona céntrica, entramos en la oficina de 
Información y Turismo y nos dimos un recorrido por algunos lugares típicos como la casa del arzobispo y la Colegiata, a la que entramos con un guía: allí en el museo se encontraba un fragment0 de la primera carta del castellano que databa del año 978, siglo X. Estaba hecho de pellejo de animal. Dentro de la Iglesia se encontraban los sepulcros de Fernán González y doña Sancha, que fueron los primeros condes de Castilla.

De Covarrubias nos fuimos a la Yecla, un parque natural recomendado por la de la oficina donde aprovechamos, y en un merendero nos hicimos unos bocadillos de atún, pimiento morrón y jamón cocido, con algo de queso de Burgos.

Aprovechamos, y unos nos echamos un rato en la hierba para descansar y yo aproveché para reflejar a la sombra de un árbol estas lìneas cuando son las 16:50 horas. Emprendemos ruta ahora para Silos, que lo hemos dejado a 2 kilómetros a un lado para deleitarnos con este lugar o paraje natural.

Llegamos a Santo Domingo de Silos y dejamos el coche en una calle cualquiera y preguntamos a tres mujeres que estaban sentadas en la puerta. Nos indicaron que el monasterio lo tenìamos a dos minutos: estaba en el mismo pueblo, no como otros que se encuentran en las afueras.

Visitamos el claustro donde un guía nos iba contando el significado de los capiteles y de las estatuas de las esquinas. En el patio interior habìa un ciprés que tenia unos 121 años, por lo menos. A este le dedicó Gerardo Diego una poesía: incluso se vendían postales con las estrofas por detrás.

El santo Santo Domingo de Silos se representa con grilletes y cadenas. Medía 1.45 de estatura y era muy delgado segùn nos relataron. Su cuerpo descansa a la entrada de la Iglesia. No se supo cómo era su cara. Del Claustro pasamos a una habitación que no era ni màs ni menos que una botica, con frascos antiguos que fabricaban los monjes para hacer medicinas.

Sobre las siete menos cuarto nos adentramos en la Iglesia y cogimos el primer banco para presenciar las vísperas: eran unos cantos de misa gregorianos, que como todos, estàn cantados en latín. Era impresionante ver esas voces sonando en medio de ese silencio, con esas entonaciones características que le dan los monjes. Nota curiosa es que una niña que tenìamos sentada en un banco de delante terminó por dormirse y reclinar su cabeza en el respaldo de este durante la función.

De allí nos dirigimos carretera comarcal con dirección a Lerma, para enlazar y conectar con Ampudia. Por el camino empezó el coche a oler bastante a gasolina, y esta no se quitaba. Mis dos amigas también empezaron a percatarse. Estaba a punto de perder la paciencia: quería dejar el coche en un sitio para observar, pero decidí llegar a Covarrubias como sea. Por fin pude parar en un llano junto al puente y me agaché y fluía líquido de debajo de este: creo que era gasolina.

Por un rato pensé que ya se me habìa aguado el viaje. Llamé desde el móvil de mi amiga, ya que el mío apenas tenìa batería. Le expliqué la situación a la operadora y me preguntó que a dónde me dirigía. Yo le dije que a Lerma, ya que no habìa ningún taller de mecánica en Covarrubias.

Me mandaron un mecánico con la grúa desde Lerma, inspeccionó el coche, le di al contacto como èl me indicó y me respondió que apagara rápidamente el motor: por lo visto salía la gasolina a chorro. Estuvimos un buen rato hablando con el mecánico, que por cierto, tenìa muy buen sentido del humor. El mismo nos buscó el taxi y la habitación para alojarnos.

Vino una señorita taxista a recogernos. Estuvo todo el rato dirección a Lerma charlando con nosotros. Nos dijo que no nos preocupáramos, que eso era del tubo de la gasolina y ya está. Nos recomendò que Lerma era un pueblo muy bonito para visitar y que aprovecháramos la mañana.

Cuando llegamos al taller nos dijo que nos pasáramos mañana sobre las diez. Espero que no tenga que posponer la avería para el lunes.

Nos condujo el taxi después de cargar las maletas al hostal de dos estrellas Docar, que estaba a pocos metros del taller.

No habìa venido mal la avería. Se veía buena habitación, y de màs categoría que otros en los que nos hemos alojado.

Como nota curiosa, en la conversación que mantuvimos con la taxista nos contó que en el pueblo ella era el único taxista, y eso que el pueblo es grande. Y que algunos habitantes de algunos pueblecitos de alrededor tenían nombres algo curiosos. Por ejemplo, los de Covarrubias, se llaman racheles, los de otro pueblo, cascalejos, haciendo mención a los jóvenes, que iban a echar el “polvete” allí.

Lerma es un pueblo con 24 monjes benedictinos, y es donde màs monjas hay. Hay 4000 personas viviendo, y unos 2700 censados aproximadamente, luego el pueblecito es grande.

Bueno: la verdad es que ya hay poco que contar: que estamos en la habitación dándonos una ducha y comeremos los molletes que nos han sobrado hoy con algo que tengamos en la bolsa.

Estamos súper-reventados y nos recogeremos pronto. A ver cuánto me sale la “bromita” del taller.


DECIMOTERCER DIA 26 DE JULIO


Nos levantamos una hora màs tarde para hacer tiempo para ir al taller. Desayunamos en la cafeterìa del hostal: como no habìa tostadas, solo pan de molde, me pedí una baggette de jamón y tomate. Mis amigas dos sándwiches de jamón y queso.


La camarera era un poco desagradable: no trajo los sándwiches y los vasos de agua que pedimos y nos lo dejó en la barra sin decirnos nada. O se habìa peleado con el novio o le habìa bajado la regla. Sabe Dios qué.

Nos indicó que dejáramos las maletas en un descansillo dentro de la lavandería. Ah! por cierto, el seguro también nos pagaba el desayuno: nos enteramos después.

Fuimos al taller sobre las diez y cuarto y todavía no lo habìan mirado. Nos recibió otro de los mecánicos y lo miró en un momento y le cambió un manguito de la gasolina, que por lo visto el anterior me lo enseñó y estaba totalmente rajado. En fin, que solo me costó 20 euros. Así que nos hicimos a la idea que la pensión y el desayuno nos costó eso.

Después, sobre las 12, cogimos ruta y nos equivocamos: tiramos para un pueblo, y allí nos dijeron que tenìamos que retroceder a Lerma. Nos indicaron que debíamos que coger dirección Burgos, y a pocos metros coger la salida a Palencia, y seguimos la dirección de los pueblos que nos indicaba el mapa.

Llegamos a Astudillo y nos dirigimos primero a la oficina de información y turismo: después de darnos amplia documentación, visitamos primero el convento de las clarisas. En el museo habìa un grupo terminando, y aprovechamos para ver primero la Iglesia:
tenìa tres hermosas vidrieras. Curiosamente estaban las dos lápidas de las tumbas de los dos mayordomos de Marìa de Padilla. Tenían la cara erosionada.

Allì en aquel sitio, habìa un palacio donde habitaban Pedro I y Marìa de Padilla. Esta después mandó construir el convento

Las monjas clarisas son monjas de clausura. Ellas mismas restauraron el convento, haciendo yeserìas sin molde, con una ayuda del maestro albañil. Empezaron a restaurar en el año 1.953. Por aquel entonces habìa ocho monjas mayores. Ahora el convento tiene 33 monjas: una de Angola.

Todo esto nos lo estuvo explicando una monja por el recorrido del museo. Dentro de una de las salas, destacaba la colección de belenes que habìa: uno hecho de marfil, otro de cristal de murano, otro de ébano… Todos ellos fueron donaciones, así como dos arcas, una de ellas supergrande que estaba tan deteriorada que estuvieron a punto de tirarla, pero gracias a una restauración milagrosa está expuesta en el museo.

De allí visitamos una fachada que estaba dentro del instituto salesiano. Antes era otro edificio que ahora mismo no me acuerdo. De allí nos pasamos por una tienda y compramos unas bienas y unos yogures para el camino. A un vendedor que habìa en la Plaza Mayor le compramos cuatro tomates para picarlos con sal.

Camino de nuestro próximo objetivo: Fròmista, nos paramos al lado de un canal, y en la sombrita sacamos la comida y después del festín, nos echamos un poco a reposar y aproveché y reflejé estas lìneas, siempre alternando con el buen sentido del humor de mis compañeras de viaje, recordando las aventuras y anécdotas del camino.

Después de media hora de reposo nos dirigimos a Fròmista, no sin antes limpiar el cristal delantero del coche, que tenìa salpicaduras de insectos. Incluso uno incrustado en el limpiaparabrisas.

A la misma entrada de Fròmista nos paramos en el Canal de Castilla. Allì nos hicimos unas fotos: los saltos de agua y esos puentes romanos invitaban a quedarse un rato.
Era digno de admirar aquella verdadera joya de ingeniería.

Después visitamos la Iglesia de Santa Marìa del Castillo, donde habìa una exposición de cuadros premiados de distintos años.

De allí, fuimos a la Iglesia románica por excelencia: San Martín. Dentro habìa un señor en una mesa con unos libros que hablaban del templo. Era su autor. Aprovechamos y nos dedicó el libro. Después tuvo el detalle de ponernos al lado de la dedicatoria el sello del peregrino.

Eso era sobre las seis de la tarde. A las seis y media nos cogiò allí una boda, y al salir estaba uno de los amigos de los novios envolviendo el coche que los trajo con papel transparente como broma. Después de salir sacamos algunos planos de la Iglesia.

Una vez allí, saliéndonos un poco de la ruta, aprovechamos y enlazamos con Carrión de los Condes, recomendado por la de la Agencia de Información.Estaba solo a 18 kilómetros.

En la carretera, dirigiéndonos a esta villa, pudimos ver un camino de tierra al borde de la misma por la que pasaban los peregrinos. Era muy curioso.

Una vez allí, después de pasar algo de calor acompañado con mucho viento, visitamos la Iglesia de Santiago. El arco de la entrada me llamó mucho la atención por el decorado del friso de las columnas y del arco. Una vez allí visitamos el museo, y me dijeron en la entrada que allí se podía grabar con videocámara. (Hasta ahora me lo habìan prohibido en el 90% de todas las Iglesias)

En la parte del Museo se encontraban la estatua de San Miguel el arcángel, y una colección de tesoros muy interesante. En el medio de la sala, una imagen de un cristo tendido del siglo xvi anónimo.

De allí dentro, por una escalera de caracol, accedimos a lo alto del campanario. En el hueco que contenía dicha escalera llamó la atención la gran colección de llaves que colgaban de la pared.

Dentro de dicho museo, ya que se me olvidaba, estaban colgados unos instrumentos llamados “carracòn o carraca”. Estos servían para llamar a los oficios a los fieles en Semana Santa. Estos se usaron hasta en el Concilio Vaticano II. Por entonces, la Iglesia estaba de luto y prohibía los toques de campana.

A las ocho y media, después de tomarnos un refrigerio en un café y comprar alguna postal, decidimos para ahorrar tiempo y camino, encaminarnos lo más cerca hasta nuestro próximo punto de destino: el castillo de Peñafiel.

Siguiendo las instrucciones de nuestro mapa de carreteras tuvimos que cambiar un par de veces de destino: en un principio nos metimos dirección a Palencia. Después antes de llegar, dirección a Valladolid y después para coger dirección Soria.

En el camino de Soria, decidimos parar ya en el primer pueblo que nos encontráramos para descansar. Era Cistièrniga. Allì paramos en una pensión muy económica: 10 euros la cama. Nos quedamos y ya mañana solo nos quedarían desde allí 49 kilómetros hasta el próximo punto.

Antes, por recomendación del dueño de la pensión, comimos en un mesón cerca de allí: una ensalada con carne de ternera.

DECIMOCUARTO DIA 27 DE JULIO


Son las nueve y cuarto de la mañana y emprendemos rumbo a Peñafiel. El dia está nublado: han tenido que caerá unas goteras esta noche por los coches mojados.


Antes de irnos, dejamos una nota en la recepción diciendo que anoche caímos un cenicero y que habìa cristales en el suelo, incluso debajo de las camas. Por lo demás, dormimos muy bien.

Hemos cogido el coche y pararemos en el camino a desayunar. Fue en Tudela del Duero. Estaban montando enfrente de la cafeterìa un muñeco para organizar por allí una vuelta ciclista.

En Peñafiel dejamos el coche en una calle a la sombra. En el camino, desde la carretera divisamos unos viñedos pertenecientes a la finca VEGA SICILIA.

Nos paramos primero a visitar la Iglesia de San Pablo, no sin antes comprarnos unos churritos en aquella plaza que se nos antojaron. Era una Iglesia de estilo gótico-mudéjar. Allì está enterrado el infante Juan Manuel (sobrino de Alfonso X el Sabio).

Este fue fundador de este monasterio y otros doce, entonces escogió este para ser enterrado.

De allí fuimos andando a la Plaza del Coso, con balcones típicos de los siglos XVIII y XIX. Llamó mucho la atención lo bien conservados que estaban.

 Algunos algo apuntalados para evitar el derrumbe. Frente, a lo lejos, se divisaba la gran joya en una meseta: el castillo. Desde estos balcones presencian las gentes cuando hay espectáculos, las corridas de toros,…

El infante d. Juan Manuel escribió en Peñafiel “El Conde Lucanor”. El castillo no era un lugar de residencia como ocurre con otros. Servía de fortaleza, para reuniones,… El residió en el convento de San Pablo.

En el mismo interior del castillo, con la que accedimos con guía, pasamos al museo del vino donde nos explicaron los distintos procesos de elaboración de este: prensado, maduración, etiquetado…

Me llamó mucho la atención unas cajitas que ponían el olfato y tenias que averiguar quo era. Así averiguabas cómo tenías de desarrollado el sentido olfativo. Ya podéis imaginar cómo era el mío.
Llamó también la atención un panel luminoso donde se exponían las distintas medidas de peso, líquidos, etc.… Por ejemplo, las yardas, arrobas, pie,… por citar algunas màs conocidas. La fanega equivale a 43,240 Kg. Y la cuartilla 0,504 litros.

Del castillo, del que salimos sobre la una y veinte, nos entró algo de retortijones de hambre. Nos pasamos por una tienda de alimentación y paramos en unos pinares camino de Cuellar, nuestra próxima parada, para reponer calorías. Cerca, habìa unos viñedos.

Llegamos a Cuellar a las cuatro y pico. Visitamos primero la Iglesia de San Andrés. Al principio estaba la puerta cerrada y decidimos preguntarle a una persona mayor que estaba sentada en un banco. Dio la casualidad que era el que tenìa las llaves de la puerta, pero tuvimos que acompañarlo, ya que el pobre hombre estaba ciego operado de un glaucoma. Nos sirvió de ayuda explicándonos cada detalle de la Iglesia, ya que recordaba cómo era antes de perder la vista. La puerta presentaba un arco románico-bizantino. Las paredes interiores eran mudéjar castellano.

De allí pasamos a otra Iglesia para hacer tiempo hasta las siete y cuarto que empezaba la visita del castillo. Al lado de la Iglesia de San Esteban vimos unos silos o tumbas que segùn el propio hombre que nos enseñó esta iglesia, no eran lamidas auténticas las que pusieron allí.

Este otro hombre tan bien tuvo el detalle de contarnos un poco la historia de la Iglesia. Esta estaba amurallada o con una tapia alrededor. Es claramente mudéjar. Dentro se encuentra el sepulcro del hijo de Alfonso IX de León. También se hallaba la primera talla románica en madera, que era la imagen de los inocentes.

Curiosamente, se encontraba junto a esta imagen, la de un Cristo con San Francisco ayudándole a bajar de la cruz. Esto realmente era un anacronismo, ya que este santo fue muy posterior a Cristo. Al final, al señor le dimos una pequeña propina.

De allí, sobre las siete visitamos el castillo, que por cierto se está usando aparte de visita turística, como instituto con 400 alumnos de Cuellar y alrededores.
Desde el patio de armas se pueden divisar:
-unas columnas renacentistas en el edificio noble
-una zona de servidumbre
-la armería.

Era una verdadera joya arquitectónica junto al de Peñafiel.

Podemos contar también de este curioso pueblo que tienen los encierros de toros màs antiguos de España, incluso màs antiguos que los de Pamplona: datan de 1.499.

Habìa otros sitios que visitar pero ya era tarde y nuestro tiempo casi justito. Sobre las ocho y media emprendimos marcha hacia Coca con la idea de hacer noche allí.

En la entrada del citado pueblo le preguntamos a una pareja joven sobre el tema de alojamientos: ellos en un principio nos citaron unas casas de campo que estaban al lado del puente, pero si queríamos algo màs económico sabían de una mujer que alquilaba habitaciones. En ese momento de conversación aparece una moto detrás de nosotros: dio la casualidad de que era la nuera de la mujer que las alquilaba. La seguimos en moto y nos instalamos allí, que por lo visto estaba bien situada muy cerquita del castillo.

La mujer nos atendió muy amable: incluso nos enseñó el patio de su casa y todo. Metimos hasta una botella de coca cola en el frigo para mañana y hasta podíamos dejar las maletas dentro de la habitación por la mañana mientras hacíamos el recorrido turístico por la villa.

Nos recomendò un sitio para comer por la noche llamado “el acueducto” y nos dio su tarjeta de visita.

Como anécdota curiosa le pedí a la mujer si tenìa una pila para lavar al menos un par de calzoncillos y la gorra para que me aguantaran lo que me quedaba ya de viaje. Con algo de vergüenza se lo dije y me respondió que sin ningún problema, ya que en su casa se habìan alojado peregrinos que se lavaron la ropa allí también.

La mujer se ofreció después amablemente a acompañarnos al mesón que cité antes.

Ya por la noche cuando me recogí, cogì la cámara de vídeo y me di una vuelta por el castillo que estaba iluminado para hacerle una foto nocturna. A ver cómo salía.

DECIMOQUINTO DIA 28 DE JULIO


 Nos levantamos sobre las nueve. Hasta las diez no abrían el castillo. Desayunamos en el mismo bar que anoche, que por cierto tuvo la cocina cerrada, y tuvimos que comer a base de salpicón de marisco y melva con pimiento morrón.


Enfrente, la muralla, y detrás un busto del emperador romano Flavio Teodosio el Grande, que nació por lo visto en Coca.

De allí nos pasamos por la Iglesia de Santa Marìa, donde estaban enterrados la familia Fonseca, que fueron por lo visto los que construyeron el castillo. La visita de este fue guiada, como los de los demás: el castillo construido por los Fonseca, fue edificado después por el Marqués de Cañete, que lo transformó en un patio renacentista. Este marqués fue hijo de los Mendoza, y se casó con una hija del cuarto señor de Coca (de los Fonseca) sin su permiso.

Entonces, coexistieron los estilos mudéjares y renacentistas. Es un castillo de los màs jóvenes de España: tiene 550 años. Nunca soportó una batalla, a diferencia del de Medina del Campo, que muestra signos de impacto de armas.

Se destruyó al pasar las tropas de Napoleón. Lo tuvieron como palacio, no como fortaleza, y cuando se van lo destruyen, y lo que queda lo vende el Duque de Alba.

En una de las habitaciones que pasamos habìa los clásicos azulejos y fragmentos que solieron estar allí en dicho patio. Destacaba también una especie de bóveda con eco y el clásico calabozo o

mazmorra, hecho exclusivamente para evitar las escaladas de los presos hasta la rejilla del techo.

Cuando nos subimos a las almenas de la torre del Homenaje ya el calor se ponía de manifiesto. Se podía observar una gran vista del pueblo con la torre de los condes de cerca, y dirigiendo la mirada hacia abajo, el gran foso que rodeaba al castillo., Segùn la guía, nunca estuvo rodeado de agua.

Llegamos a Medina del Campo sobre la una de la tarde y dejamos el coche en unos jardines con pinares que se encontraban alrededor del castillo de la Mota. Allí aprovechamos y dando la casualidad que estaba el cementerio al lado, nos hicimos unos bocadillos de jamón york y queso acompañado de un picadillo de tomate y pepino que compramos por la mañana en un mercadillo que habia 
 alrededor de la iglesia de Santa Marìa en Coca.

Al rato bajamos otra vez a la ciudad y nos tomamos un café haciendo tiempo hasta que abrieran el castillo a las cuatro. Mis amigas dieron un paseo y yo me quedé sentado en un banco del parque donde reflejé estas lìneas.

De allí fuimos al aparcamiento de al lado y en la sombrita nos echamos media hora de siesta. A y media entramos y visitamos solo la planta baja. El portero nos dijo que la de arriba no merecía la pena, ya que era todo moderno. Solo destacar una capillita estilo mudéjar con un Cristo labrado en blanco.

Después dimos un paseo por el pueblo, realizamos algunas compras y después nos acercamos a una casa de repuestos de coches que tenìa un taller al lado para comprar un filtro de aire para cambiárselo al mío. Tuve que esperar unos diez minutos que me lo trajeran del otro almacén. Me dijeron el precio y eran 16 euros. A mi me pareciò caro.

Cuando fuimos a recoger el coche habìa justamente otra casa de repuestos y preguntamos por casualidad y valía el mismo modelo 9 euros. Fuimos otra vez al otro lado y lo pudimos descambiar.Al final le hicimos saber que era un precio un tanto abusivo.

Cambié la pieza y de allí empalmamos en un principio con la autopista dirección a Madrid y después màs adelante nos desviamos por la nacional dirección a Segovia, que era nuestro punto siguiente de destino.

Entramos en la capital sobre las ocho y media. Estaba todo lleno de zona azul, pero era ya tarde y no habìa problema. Nos fuimos a pasear para estirar un poco las piernas y dimos fácilmente con el acueducto. Preguntamos por allí sobre una pensión. Nos dijeron que a lo mejor íbamos a tener problemas debido a la exposición de la Catedral,, que había atraído a mucho turista. Nos metimos por una calle arriba llamada Juan Bravo, a la ventura por si dábamos con una. Por fin, después de andar un rato y presenciar la cadena de restaurantes con hermosas vistas de la capital, dimos con el hostal Hidalgo, y alquilamos la habitación para una noche de momento, ya que a lo mejor nos quedábamos aquí hasta nuestro regreso a Sevilla.

Después dejé el coche mejor aparcado, sin señales prohibitivas. El único lunar negro del día es que volvía a perder el tapacubos de la rueda del volante, justo el que se me perdió al principio del viaje y repuse.

DECIMOSEXTO DIA 29 DE JULIO


Nos levantamos a las ocho y desayunamos un par de cruasanes con mantequilla y mermelada. De allí visitamos la Catedral, que por cierto cogimos la ocasión de visitarla con guía.


Allì se mostró la exposición: “LAS EDADES DEL HOMBRE”: un gran muestrario de imágenes que salían en Semana Santa y otras esculturas y tesoros de Castilla-León. Era ya la undécima exposición que la organizaron 11 obispos de las once diócesis.

Nos mostraron en primer plano la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Gregorio Hernández era el artista de una obra de Hece Homo. En una de sus obras Pilatos presenta a Jesús y dice que no encuentra culpa alguna.

Se expuso también una obra de “EL Greco”: Cristo con donante.
Ah! Hay que matizar que el pelícano es el símbolo de la Eucaristía, como aparece en algunos retablos y que San Frutos es el patrón de Segovia.

Destacaban las esculturas de Santa Águeda, con los pechos cortados y Santa Rita con una espina en la frente. También una Magdalena que se representaba con el frasco de perfumes. Era un retablo churrigueresco.

De allí pasamos a ver el busto de una Virgen dolorida, con su túnica que estaba metida en una urna. Me sorprendió la finura de su rostro y la nariz recta. Procedía de un convento. No recuerdo cuál era.

De allí dentro de la Catedral, pasamos al clausuro, con unos capiteles muy bonitos en sus columnas.

Salimos un poco con la vista cansada porque vimos muchos detalles de imaginerìa y demás. La verdad es que la exposición invitaba a ser muy observada. Destacaba lo bien montada que estaba: hasta una pareja de vigilantes cada 20 metros. La visita fue con guía, como
dije anteriormente, y esta para evitar tener que levantar la voz explicando, nos dio a cada uno un aparato con auriculares para escuchar sus explicaciones. A la guia nos la fuimos a encontrar otra vez en el restaurante al que fuimos a comer. 

Al salir de la Catedral fuimos un poco de tiendas y, la verdad, al parecer “tiramos” un poco la economía: yo particularmente me compré una camisa con el acueducto y otras màs para regalo. Después una figura decorativa del mismo acueducto y algunas postales.

Sorprendía un poco la oscilación de precios de una tienda a otra en algunos artículos. Habìa infinidad de “virguerías”: desde un bastón para arrascarse la espalda hasta bolas de nieve con la catedral dentro.

Uno de los paseos que dimos pudimos observar un convento de lejos, pero era la una y estaba a un kilómetro cuesta abajo, con calor encima. Después para que estuviera cerrado y nos tocara la cuesta de turno.

En una de las salidas nos dio un abuelo propaganda de un restaurante: servían cochinillo, que es lo típico de esta tierra.

Dimos una pequeña vuelta y buscando la calle donde estaba nos recomendò otro abuelote que nos encontramos en la Plaza Mayor del ayuntamiento un sitio muy barato, que también servían cochinillo. Allì en el restaurante pedimos el menú y de primer palto comí sopa castellana de ajo, servida en una cazuela de barro y de segundo el típico cochinillo servido en una pieza dorada, que por lo visto sabía a gloria.
Un señor mayor que se sentó en una mesa cercana a la nuestro pidió de primer plato una especie de fabada y después lo que era parecido a una pierna de cordero o cochinillo: la verdad es que iba a darle un reventón. Todos los que estamos en la mesa pedimos el animalillo en cuestión, claro está acompañado con vino con casera. La verdad es que cogimos un “puntito”. De postre, una tarta de queso. Otra amiga nuestra pidió arroz con leche.

De allí, después de dar otro repaso por las tiendas, emprendimos rumbo a la Granja de San Ildefonso. Queríamos coger el autobús de línea para ir. Era un poco tarde y cerraban a las seis. Aparte, que el autobús salía cada media hora y lo que tardase en llegar. Con un poco de recelo, ya que el vehículo estaba bien aparcado, nos encaminamos 12 kilómetros pasando Segovia. Al entrar en el coche, mi sorpresa fue que me habìan roto la pieza del espejo retrovisor derecho. Fui con el roto todo el camino hasta que en el camino de vuelta pudiera comprar un bote de pegamento.
Entramos a las cinco aproximadamente en el Palacio Real.
Felipe V lo mandó construir. Fuimos pasando por sucesivos salones donde la guía nos iba explicando, segùn el salón, para qué uso se
destinaba entre otras cosas. Como en palacio, habìa de todo: gran colección de cuadros de pintores italianos, esculturas romanas un montón, una gran colección de relojes, jarrones…
Sobre todo destacó una lámpara que era la mas antigua que allí se conocía.

Cuando salimos del Palacio, nuestros cuerpos parecía plomo, y nos quedaba el recorrido por los inmensos jardines cargados de fuentes emulando personajes mitológicos, ángeles, escenas de caza… Solo determinados días del año que segùn la guía era un auténtico espectáculo, funcionaban las fuentes. El ùltimo fue el pasado 25 de julio, dia de Santiago Apóstol.

Allí en los jardines habìa un chiringuito y nos tomamos los tres una granizada de limón para combatir también la sed acumulada con el cansancio.

Miramos el reloj, y con mi preocupación de encontrar una tienda para el pegamento, nos fuimos. La verdad es que no estaba aguando la fiesta: es que a ellas no se les apetecía andar màs.

En el camino de vuelta vimos un letrero de Mercadona pero con la sorpresa de que una vez estando dentro, no vendían ningún tipo de pegamento. Aprovechamos dentro e hicimos la compra para la cena. Cuando salimos de allí le preguntamos a un guardia dónde habìa una ferretería. Nos indicó camino màs abajo a unos cien metros, y compré el pegamento.

Llegamos a Segovia y tuvimos suerte que salía uno de aparcar y entramos. De allí, a la pensión a soltar las cosas y de camino a pagarle a la mujer la habitación. Mis dos amigas ya se encontraban muy cansadas y decidieron quedarse en la habitación. Yo aproveché y cogì mi videocámara y fui a pegar el espejo retrovisor y a filmar algo el acueducto.

Ya pude descansar: un espejo arrancado para mañana la vuelta podía resultar muy peligroso: tenías el ángulo derecho muerto.

Por la noche comimos en la habitación y fui en dos veces a por latas de refresco: la verdad es que se encontraba uno un tanto deshidratado.
Aproveché tumbado en la cama y reflejé estas lìneas contando lo que habìa acaecido el día.

Resumen: cuerpos cansados, pero gustosos por la gran cantidad y variedad de arte y naturaleza mezclados que habíamos podido experimentar.

DECIMOSEPTIMO Y ULTIMO DIA 30 DE JULIO

Nos levantamos a las siete de la mañana ya, para iniciar la ruta de vuelta con la fresquita.

Desayunamos en el camino, en el pueblo de San Rafael. Allì compramos un poco de pavo y queso para el bocadillo de mediodía.

Empezamos tirando por la A231. Saliendo de San Rafael pagamos peaje para pasar un túnel dirección hacia Madrid, así nos quitábamos unos pocos de kilómetros de sierra.

En la entrada de Madrid, cogimos la N-IV dirección Badajoz en un principio, después dirección Toledo hasta que màs adelante apareció el rótulo de Córdoba.

Sobre las once paramos un rato en un área de servicio para estirar las piernas y nos hicimos un pepito de jamón del que se compró ayer en el Mercadona. Ya habíamos hecho 200 kilómetros desde que salimos de Segovia y cogiò mi amiga el coche. Me puse en el asiento de atrás y aproveché escribiendo estas lìneas.

Cada 200 kilómetros nos turnábamos en el volante y así no se hacía tan pesado el viaje de vuelta. Hacía un calor sofocante: me bebí no sé cuánta cantidad de líquidos. Durante el bocadillo de mediodía cayeron por lo menos tres latas de acuarios. Cuando llegué a Sevilla el reloj del Palacio de Congresos marcaba 48 grados.

Antes, nos despedimos los tres con mucha pena: habìa sido un viaje agotador, pero nos habìa quedado la satisfacción de ver un montón de arte, paisajes, anécdotas graciosas que nos acontecieron en el camino,… y otras no tan agradables como la rotura del manguito de la gasolina del coche y otras. También tuvo su lado positivo: la avería produjo que nos costara gratis el hotel y el desayuno, aparte del taxi. Otras anécdotas agradables fueron los guias desinteresado con los que nos topamos como el de Salamanca o el de Toro en Zamora.

Llegamos a Sevilla muy temprano: sobre las cuatro y media de la tarde. Yo lo aproveché para hacerme una compra y lavar el coche. El resto de la tarde lo pasé grabando el reportaje del viaje, que por cierto duraba màs de tres horas.

Antes de finalizar estas lìneas, mi agradecimiento a mis amigas y amigos, por haberme acompañado parte y parte por esta larga travesía de Extremadura y Castilla-León. En especial a Marìa José porque sin ella, siempre tomando apuntes en todas las visitas, no hubiera sido posible parte de la información recopilada de determinados lugares o monumentos.




MIGUEL ANGEL
JULIO 2003







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